Debo reconocer que no era partidario de empezar las clases el día 10 de septiembre, prefería aplazar el inicio hasta principios de octubre para tener plantillas estables y planes claros para todos los colegios, pero se hizo, empezamos, y debo dar la razón a las autoridades que así lo decidieron, efectivamente sí era posible, más bien era necesario, se hizo y en líneas generales ha salido bien. Sin entrar en aspectos políticos, que deben estar totalmente al margen de la educación, en Baleares tenemos la suerte de disponer de una Consejería de Educación integrada por gente de educación, que entiende de educación, con el diálogo y el respeto a las diferencias como referente, así que considero que las cosas se han hecho bien, al menos todo lo bien que pueden hacerse dada la preocupante situación en la que estamos, pues no podemos pedir soluciones mágicas ni milagros que nos lleven a recuperar la normalidad anterior, mientras que sí debemos valorar y felicitar la competencia cuando es manifiesta, como es el caso.
Ha pasado ya un mes desde la vuelta a las clases, hemos pasado del temor y la incertidumbre, al agotamiento físico y mental, pero seguimos adelante porque nuestros niños y niñas nos esperan todos los días, y no merecen menos que estemos ahí, preparados y dispuestos para una nueva jornada de aprendizajes. No hemos escatimado tiempo ni recursos en adaptarnos a la nueva situación, hemos priorizado la seguridad, los criterios sanitarios, por encima de los programas educativos, de la pedagogía, todo está funcionando de manera razonablemente eficaz, aunque echamos de menos la verdadera escuela, nuestra escuela, nuestras señas de identidad, y a medida que pasan los días, más notamos el cambio, todos nos sentimos raros, como estando en un sueño del que esperamos despertar.
Resulta curioso regañar a un niño porque se le olvida que no puede compartir y de repente ignora las distancias de seguridad para darle un cromo a una amiga, a la que no puede abrazar ni ver su sonrisa en la boca, debe intuirla por la forma que adoptan sus ojos. En las aulas, resulta extraño no acercarse a una alumna para revisarle su cuaderno, señalarle algo en su producción, para indicarle un acierto o solicitarle una rectificación, o no saber cómo responder cuando un alumno nos pregunta ¿lo tengo bien?, ¿voy bien?, ¿me puedes ayudar? y desde la distancia no podemos ver lo que está escribiendo, situados ante el dilema de acercarnos, proyectar la ayuda en la pantalla del aula o dar pistas generales como en las muy antiguas clases expositivas, o no saber quién está preguntando desde la distancia, o gesticulando cada día más para que se vea que estamos hablando, perdiendo la voz o buscando micros y altavoces, en constante adaptación a las dificultades, sin perder nunca el ánimo y la moral, que además debemos contagiar a nuestro entorno.
Nos hemos reinventado, hemos evolucionado de manera autónoma en un equivalente a muchas formaciones, que no serán reconocidas, cada uno por su cuenta o en pequeños grupos, consultando a compañeros o a tutoriales de Google, buscando recursos y borrando de nuestras mentes la frase “no se puede” cuando aparece, para repetirnos una y otra vez “saldremos adelante, claro que se puede”, liberando nuestra imaginación y creatividad para solventar las dificultades y organizarnos de otra manera para conseguir lo que pretendemos. Lo hacemos, continuamos al frente por carácter, responsabilidad y vocación, no porque se haya dotado a los colegios de los recursos necesarios (tampoco resulta viable económicamente, ni hay disponibilidad infinita de docentes, así que es demagógico quejarse por esta vía), ni tampoco porque hayamos dispuesto de aulas vacías, ni espacios municipales, ni carpas en los patios, ni clases a la intemperie u otras ideas de fantasía para desdoblar todos los grupos y reducir las ratios (tampoco dispondríamos de los recursos humanos necesarios para dotar a cada nuevo grupo de un profesor); en cambio, tristemente sí se han utilizado todos los recursos de atención a la diversidad para reconvertir a estos profesionales en nuevos docentes de aula, así que en las escuelas nos hemos visto obligados a optimizar al máximo los recursos a costa de desatender la diversidad, los apoyos y las necesidades especiales de muchos de nuestros alumnos, por bajo y por alto; esperemos que sea temporal, pero no conozco ningún plan al respecto, al menos durante este curso.
En definitiva, todo está funcionando porque los docentes, el alumnado, las familias y el personal de limpieza lo hacemos posible, mostrando un compromiso, un respeto a las normas y una capacidad de adaptación que jamás habría imaginado. Me siento especialmente orgulloso de ver cómo la gente joven, a la que en demasiadas ocasiones se achaca egoísmo y falta de implicación, están mostrando que son capaces de renunciar a todo lo que conocían por formar parte de su equipo, por volver a su colegio, con sus maestros y sus compañeros, aunque sea en unas condiciones que distan mucho de ser las que todos queremos, así como de nuestras familias, que han tenido que organizarse como han podido para afrontar la necesaria conciliación laboral que han supuesto todos estos cambios, sin las ayudas deseables, con nuevos horarios, turnos de entrada y salida, confinamientos temporales,… así que pese a los mensajes pesimistas que recibimos por todos lados, la escuela funciona porque la comunidad educativa está por la labor de que funcione, apartando diferencias, yendo todos a una, que es lo que debería estar pasando en general en todos los campos y que desgraciadamente no sucede.
En los últimos años, la educación ha evolucionado muchísimo. Hemos pasado de las clases expositivas, del trabajo, estudio y esfuerzo individuales, a la colaboración, a la inclusión, la innovación, al respeto y atención a la diversidad, a toda la diversidad, a convertir los centros de enseñanza en lugares de aprendizajes, en plural, y nos encontramos ahora en una especie de regresión a otra época, con separación de pupitres, todos orientados hacia la pizarra, trabajo individual, filas de a uno para entrar y salir de las aulas o al patio, turnos para ir al baño, … así que resulta curioso que la colaboración, el trabajo en equipo ahora sea solo posible a través de las redes, a través de los tan discutidos móviles en las aulas, o mediante las clases en línea para el alumnado semipresencial de Secundaria, y aquí estamos frente a otra nueva evolución, convertir estas sesiones en línea en una oportunidad para reinventar el trabajo colaborativo entre alumnas y alumnos, no solo permitiendo sino fomentando que además de estar en la sesión de clase puedan estar en otras sesiones, incluso simultáneas, a través de las plataformas que elijan para trabajar con sus compañeras y compañeros, para compartir y elaborar producciones compartidas, que puedan volver a disfrutar del trabajo en equipo, teniendo aquí un nuevo campo a explorar, la colaboración en línea a través de las innumerables herramientas que la tecnología permite. Estos cambios parece que han venido para quedarse, así que cuanto antes nos sumemos todos, establezcamos unas reglas de juego y compartamos nuestras experiencias, mejores serán los resultados. Nuevamente, no se trata de competir, sino de progresar entre todas y todos para hacer una educación eficaz y, en consecuencia, un mundo mejor.
En los colegios, los docentes no podemos olvidar en ningún momento nuestros programas educativos, son nuestra razón de ser, aunque debamos priorizar los criterios sanitarios seguimos intentando llegar a los mismos resultados que conseguíamos antes, y esto nos genera ansiedad y frustración. Curiosamente como titular de centro, me encontré el otro día pidiendo a mis profesores que ejerzan su derecho a la “desconexión”, que no pueden estar 24h pendientes de atender a su alumnado o a los grupos en las redes, en una especie de “vicio” que nos quedó del confinamiento de marzo, durante el cual multiplicamos la atención a través de las redes sociales a cualquier hora con alumnado, familias y compañeros docentes. Necesitamos también desconectar, descansar, ser conscientes de que solo podremos llegar exactamente hasta donde nuestras fuerzas nos lleven, por lo que debemos también gestionarlas mejor, y que no podemos exigirnos más de lo que estamos dando, que ya es espectacular, sin precedentes, se valore adecuadamente o no.
Todo está cambiando, pero a la escuela se nos pide que mantengamos la misma estructura, las mismas asignaturas, programas, alumnado, programaciones, resultados,… y esto no es real, la escuela misma se encuentra en un equilibrio crítico que en cualquier momento puede romperse, y no es nada conveniente que lo haga, así que con estas líneas quiero reiterar nuestro compromiso total con la educación y con las normas sanitarias, a la vez que pedir que de vez en cuando se nos cuide un poco, manifestando explícitamente algo de reconocimiento, que nos hace falta, pues sé que los docentes, mis docentes, están necesitando apoyo ante un sobreesfuerzo que no resultará nada fácil de mantener en el tiempo, ante el que esbozamos y esbozaremos siempre una sonrisa, porque nuestro alumnado lo merece.
Gracias equipo del colegio Lladó, sois geniales, y enhorabuena también a todos los docentes y a toda la Comunidad Educativa de Baleares, con este ejemplar compromiso saldremos adelante.
Guillermo Lladó Valdevieso.
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